La estación de la vida
De ida la estación de la vida
Quizá hoy ha sido el peor día de mi vida, sé que me esperan muchos más, con sus misteriosas sorpresas al amanecer, pero hoy; Dios mío hoy, ha sido uno de esos días que quisiera exiliar de mi memoria a base de proyectiles de alcohol, solo quiero llegar a casa, solo quiero tumbarme en mi cama mirar al techo y olvidarme de todo, tonto, haga lo que haga lo que ha sucedido hoy no cambiara, esta tallado en piedra y no hay forma de modificarlo es cruel creo yo, que el pasado, aun sea tan inmediato, nos condene con cadenas tan pesadas, resignación, resignación me repito en la parada de autobús
Espero mi transporte como otros tantos días, espero como se espera el amor, o la muerte, recién ha llovido y las nubes que aún no se marchan tiñen el atardecer de gris, los bueno es que cada día acaba, y empieza otro, lo bueno susurro muy a mi pesar. Sigo esperando, con mi traje negro humedecido por la lluvia, con mi alma blanca humedecida por la tristeza, es lo malo de hacerse muchas concesiones, al final uno acaba sufriendo y hoy es uno de esos días, donde me siento roto, tiemblo, quizá por el frio, quizá por el saberme incompleto, desquebrajado, deshecho. No importa empieza a languidecer el día con sus espantos, y por mi llegará el autobus.
A tardado, más de lo normal, generalmente a las siete de la noche ya estoy a medio camino, son las seis menos quince y aun no se ve el autobús, y parece que volverá a llover, miro a mi alrededor con un gesto insoldable, buscando con que distraer mi mente. Tras de mí una botica, llena de color y luz, colmada de formas y figuras, perfumes, dulces, medicamentos, botellas, y Dios sabrá cuantas cosas más para llamar la atención, volteo, el cuadro aunque alegre me parece desagradable, una especie de burla sutil, más aun, cuando de un juego mecánico escapa una melodía anticuada, activada por la moneda de un niño, en días como hoy se me hace muy difícil creer en dios, sobre todo cuando vuelve a llover.
Frente a mí una mujer con un abrigo rojo y un cabello largo y negro, lacio como un rio de amargura, rasgos finos, nariz afilada, y un gesto sombrío. también esperaba el autobús. Como comenzó de nuevo a llover, la pobre mujer, delgada al punto de quebrarse, volvió quedar empapada al igual que yo, la mire detenidamente sin que ella se diese cuenta, cuando enfoque en mi mirada su rostro me doy cuenta de que lagrimas resbalan por su rostro, eran lágrimas, si sabría yo reconocerlas, a pesar de que se fundían con las gotas de lluvia, que también resbalaban por su cara las distinguí, como clara muestra de dolor en el alma. Le ofrecí un pañuelo desechable, y le pregunte:
-¿señorita, se encuentra usted bien? Estaba preparado para toda respuesta que me diera, puesto que la tristeza sabe distinguir a la tristeza, bueno al menos eso creía yo, lo que me dijo fue tan intempestivo que no supe que decir, no tube tiempo de reaccinar, ante una respuesta por lo demas desconsoladora.
-lo siento caballero eso no es asunto suyo. Gracias por el pañuelo. y volteo al otro lado dejándome aún más triste de nuevo me sentí roto, más mucho más que antes, mi última huella de esperanza se desvanecía tras la neblina producida por la lluvia, baje la cabeza, ahora eran de mis ojos de los cuales resbalaban grandes goterones, que a nadie le interesaría que fuesen gotas de lluvia.
Llegaba el autobús, me sentía aplastado por el peso dela lluvia, del dolor y de la indiferencia de la mujer de rojo, solo quería subir secarme un poco y olvidarme de todo, cerrar los ojos y tratar de escapar, tratar de abrir la puerta de mis sueños, sentarme ahí donde la realidad no existe, donde puedo corretear el amor por las calles de París, o soplar burbujas en el último piso, solo es cuestión se soñar despierto, de soñar con un fragmento del corazón, de a poco escapar de la realidad, usar la llave de mi mente para saltar al otro lado
El chofer del autobús me trajo de vuelta a la realidad, exigiendo que pague la cuota debida a mi destino, todos los días era igual pero ese día algo parecía distinto, como si, hoy supiera lo que iba a decirle, introduje las monedas en la pequeña caja mecánica, me dio mi boleto y fui a sentarme, procure evitar a la mujer de rojo que parecía más lánguida que nunca, me senté en el penúltimo asiento viendo a la ventana, que parecía llorar por las gotas de lluvia que resbalaban sobre ella, al fin pude sentarme, el aire cálido del autobús me animo un poco, y me hizo caer en un profundo estado de somnolencia, apenas y pude mantenerme despierto un breve tramo del camino, lo suficiente como para sufrir, un poquito más, el autobús pronto se llenó de la gente que lo esperaba, pensé que era normal debido al retraso, pero a mi lado nadie se sentó, todos los asientos menos el que estaba junto a mí se hallaban ocupados, bien regresaría solo a casa, al fin si alguien se hubiese sentado junto a mí en ese momento, de cualquier modo no hubiese platicado conmigo.
Y empezó a avanzar, con un paso lento, como si realmente no quisiera irse, parecía que todos nos despedíamos del mundo en ese momento, despacio, sin prisa y con una calma estoica de quien ya ha esperado mucho, el tiempo parecía detenerse, atrapado entre las gotas que caían, y la realidad se desdibujaba en los vidrios empañados, las cosas se transformaron, ya más nada me importo, el vaivén del vehículo se convirtió en un suave arrullo que me reconforto un poco el alma, antes de sentir el último golpe a mi persona, la música a la cual no había prestado atención pareció subir de volumen, y tras un breve silencio comenzó una canción la más melancólica que había escuchado, y que ya tenía guardada en los oídos, lo último que recuerdo es que llore, sin pena ni miedo a lo que pensaran los demás pasajeros, después de eso caí dormido, lleno de pena pero al fin escapaba, aunque fuese solo durante el camino.

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