Francisco y la muerte (primera parte)






Dicen que no tengo penas, llorona,

porque no me ven llorar,

dicen que no tengo pena llorona,

porque no me ven llorar.

Hay muertos que no hacen ruido, llorona

y es más grande su penar,

hay muertos que no hacen ruido, llorona,

y es más grande su penar.*



Esta es una de esas historias insignificantes, pequeñita, hundida entre los 20 millones, (o más) de historias que hay en esta ciudad, esta es la historia de alguien tan común que resulta milagroso que alguien se haya interesado en el. Pero ahí en la inmensa, vieja, consumida y carcomida ciudad encontramos a Francisco, un tipo común quizá tanto, que es por eso que resulta interesante, saber de él, fuera de una altura un poco mayor que la de la mayoría es completamente igual a sus amigos, a sus compañeros y a sus vecinos, con los mismos intereses, algunas ideas similares y tristezas en común a las de todo el mundo, quizá, un poco mas de tristezas, siempre hay algo que nos hace ser especiales, diferentes a los demás.

Tras una mirada melancólica de estudiante se desarrolla su vida cotidiana, el ir y venir de los días sin sentido, no le provoca mas que, una notoria apatía, después de una buena dosis de sinsabores es lo único que le queda. Después de acabarse sus lágrimas en llanto, la aflicción pierde su toque trágico pero no deja de seguir allí.

Y pensar que ha pasado una niñez dura, ver a su madre ser atropellada por un camión, a la edad de 10 años, y recibir de ella un beso de despedida en la frente. Vivir con su abuela, que le quiere mucho, y al llegar una tarde de la escuela la encuentra dormida, en el sueño del cual nadie regresa, durante todo ese tiempo vivir bajo el cuidado indiferente de un padre que no lo deseó, y que en ningún momento de su vida le dio la más mínima muestra de cariño. He ahí pues a francisco nuestro tipo común y corriente.

Diecisiete años es una vida muy corta en realidad, y la preparatoria, es por decirlo así el templo de la juventud, donde a excepción de los maestros nadie rebasa lo 25 años, donde florecen amores, de jardineras, y ya se conoce algo, de el erotismo del noviazgo.

Pero no para todos, ahí tenemos a la gente tan tímida, que sería incapaz de besar a alguien sin sentir el mas pavoroso pudor, la chica no tan bonita, que en realidad es tan bella que no sabe verlo y espera pacientemente a su príncipe azul, o el tipo que pareciese no tener sentimiento alguno, es este el caso de Franc así llamado “afectuosamente” (si se le puede tomar afecto a alguien como él) por sus compañeros. De esta manera, es como vive rodeado de gente la cual considera un poco menos que repulsiva, ajena e insensible a cualquier noble sentimiento que existe en lo sublime del alma de una poeta, un loco de remate, o un simple soñador.

es así como guiado por la acidia encostrada en su alma toma una simple decisión, que a pesar de que suene totalmente rebuscado, y que probablemente no tenga sentido quiere dejar de vivir, vivir así no es vida, un guijarro en la calle o una flor marchita en un florero son comparables a su actual existencia, entonces si absolutamente nadie va a lamentar su perdida, no hay traba que le impida despedirse prematuramente de un mundo lleno de sinsabores, un mundo horrible que nunca deja de luchar en contra de nosotros

Empieza a calcular el costo de su muerte, emocionalmente le resulta bastante económica, duda que alguien se lamente mas allá de una tristeza pasajera por su fallecimiento, así que no le preocupa ser una carga para los demás, a comparación de los otros suicidas (cobardes para él) que solo gritan a los cuatro vientos que se van a matar para que alguien les regale un poco de atención, pero el no, el está firmemente decidido a realizar ese acto, tanto como de levantarse en las mañanas o lavarse los dientes por la noche tal es su decisión que se encamina a la taquilla del metro Tacuba, y compra un boleto con dirección a el reino de donde nadie regresa, el hubiese preferido tirarse de un acantilado con los brazos extendidos, y sentir la sensación más extrema de libertad, liberarse de la vida, pero con un presupuesto de 5 pesos en el bolsillo y ninguna acantilado cerca, las vías del metro harían de sustituto decente a tal propósito, así que bajó las escaleras, y diviso las vías que se encontraban a unos cuantos pasos de él, absorto en sus ideas de libertad se encamino a las ellas, para que la gravedad hiciera lo suyo y el metro terminara con todo, cerró los ojos antes de dar el último paso, pensó que sería una manera estoica de despedirse, pero a veces el destino tiene formas extrañas de echarnos las cosas en cara, de restregarnos la realidad en las narices y salir huyendo con una sonora carcajada, al mero estilo de película trillada al momento de dar el último paso, siente su cara estrellada contra el cristal de la puerta de el vagón, y por la velocidad sale empujado contra el suelo de la estación, mira a la puerta atónito por lo que acaba de ocurrir, pero, como lo dije antes el destino tiene formas extrañas de mostrarnos la realidad, ahí en el interior de aquel vagón salvavidas o frustrador de suicidas, se encontraba la visión más impresionante que en toda su joven vida había tenido.
 
 
imagen: Metro. by ~Looserik from deviantart

Comentarios

Luis Enrique Sánchez Amaya ha dicho que…
Muy chido, mi estimado...

Espero las demás entregas

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